lunes, 27 de enero de 2014

EL DESEO DE SER SANTO




Es una gran bendición que Dios nos haya amado cuando aún estábamos en nuestros pecados. Como bien dice el apóstol Pablo: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm.5.8). Según el apóstol, este es un fortísimo argumento para estar confiados en que Dios nos llevará hasta el final. Si fuimos amados siendo enemigos, ahora que hemos sido reconciliados, ¿no seremos salvos por el poder de su vida en nosotros? (ver Romanos 5.8-10).
Pero esta gracia que nos amó en nuestro pecado, no se conforma con dejarnos allí. Su amor se extiendo al grado de llevarnos a disfrutar del gozo y la belleza de su santidad. El amor de Dios nos alcanza en nuestro pecado, nos acepta allí por la justicia de Cristo, y entonces nos lleva por el camino de la santificación, conformándonos cada vez más y más, a la imagen del Señor. En palabras de C.S. Lewis: Él no nos amó porque fuésemos bellos, Él nos hace bellos porque nos amó”. 
Y es la experiencia de todo verdadero cristiano, que el haber sido amado por el Dios Santo, cuando aún estaba en su pecado, despierta en su corazón el deseo de ser santo – de disfrutar de la gloria de su santidad. La gracia del Padre, manifestada en el tierno y sacrificial amor de Jesucristo, impulsa en el corazón del pecador, el deseo más alto y sincero de ser como Él. En palabras del salmista: “En cuanto a mí, yo en justicia veré tu rostro; quedaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza” (Salmos 17.15).    


PEDRO BLOIS