lunes, 17 de junio de 2013

El problema del proselitismo


Por Pedro Blois

Nuestra sociedad tiene aversión al proselitismo. Cualquiera que busque cambiar la religión o ideología de otro es visto como alguien peligroso. Creo que detrás de este juicio, se esconde una sospecha legítima en cuanto a las motivaciones de aquel que comparte su fe. Se presupone que el que así actúa, tiene deseos de poder, control, o de sacar algún tipo de ventaja de aquellos que abrazan su ideología. Lo cierto es que hay muchas y buenas razones para pensar así. El conocimiento de nosotros mismos, y la experiencia, nos enseñan que estas motivaciones mueven tanto a las propagandas del Kit Kat, como a los gurús de nuestra época.
¿Qué podemos entonces hacer con el llamado bíblico a compartir nuestra fe? En este punto, quiero argumentar que el evangelio tiene, en sí mismo, el antídoto para quebrantar estas crueles motivaciones del alma. El orgullo, y el deseo de poder, dan lugar al verdadero amor y humildad, en el corazón de aquellos que han recibido el impacto de la gracia divina. ¿Cómo esto ocurre? En primer lugar, el evangelio nos hace vernos en la misma condición de aquellos con los que compartimos. No hay diferencia. Delante de Dios, el pecado nos ha corrompido a ambos.
En segundo lugar, el evangelio nos llama a abrazar la gracia que Dios nos ha dado en Cristo. Debemos reconocer que es la gracia de Dios – su incomparable amor para con el pecador – la que nos ha alcanzado, la que ha hecho toda la diferencia. Por lo tanto, y como muchos han dicho, al compartir nuestra fe, somos como un mendigo que le dice a otro mendigo que ha encontrado comida gratis, y le invita a comer. ¡Esta es la gloria del evangelio, la gloria del mensaje que somos llamados a compartir! Quiera Dios, en su misericordia, darnos el experimentar esta verdad, y destilar su dulzura al  compartir nuestra preciosa fe.