lunes, 7 de enero de 2013

Predicate a ti mismo








“¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío.” Salmos 42.5. Cualquiera que haya leído con cierta atención el libro de los Salmos, reconocerá que el cristiano no es ajeno a experimentar los más diversos estados del alma. Desde la exultación, hasta la depresión, desde el sosiego, hasta la ansiedad, ninguna de estas condiciones les es del todo desconocida a los hijos de Dios.
A veces me encuentro a cristianos ingenuos que piensan que si uno no vive en un continuo estado de paz y felicidad, de cierto se debe a algún pecado escondido. Eso es mentira. En este mundo caído en el que vivimos, hay muchos factores que afectan el alma humana, y que son capaces de quitarle la paz. Uno puede ver en las Escrituras a santos que enfrentaron profundas tristezas precisamente por obedecer al Padre. Por eso, tengamos mucho cuidado al juzgar a los que así sufren.
Un buen consejo que apreciamos en el versículo anterior es lo que los antiguos puritanos llamaban “predicar a nuestros corazones”. Vemos que en un estado de mucha turbación, David llama a su alma a depositar su esperanza en Dios. Un sermón de tres palabras, dirigidas a sí mismo: “Espera en Dios”. Hay muchos otros consejos bíblicos que podríamos dar a los que sufren, pero hoy les animo a considerar el importante hábito de predicarse a uno mismo, de “no olvidarse de ninguno de sus beneficios”, de “considerar a nuestro Dios, y sus caminos”.